Despertarme a la postre de un calvario inenarrable;
al tercer día, en la cueva, sin que nadie me acompañe.
Volver en Gloria a la vida, para sanar tus pesares.
Y que encuentren redención, tus pecados, en mi Padre.
Nadie creyó que volviera como dice la escritura.
Y por cumplirla he dejado, tan sólo un tosco sudario
con que cubrieran mis carnes. A la vera de una oscura,
tumba… en la que no yace nadie…
Tal vez comprendas mi lucha, por no partir y dejarte
a vera de tus errores, que te hunden en infiernos
de luchas contra tu sangre, con tus guerras, como un arte.
Quizás mires a tu Hermano y tengas un gesto tierno.
Se amen, como lo hago yo...
Un Cristo que no está muerto.
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Daniel Palavecino
Derechos de Autor
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